EL VALOR DE UNA ARENGA |
|
Almirante I.M. DEM. (Ret.) Pedro Raúl Castro Álvarez Jefe de la Unidad de Historia y Cultura Naval |
|
El 21 de abril de 2010 se cumplieron 96 años en que la voz sonora y resuelta del Comodoro Manuel Azueta Perillos hizo retumbar los arcaicos muros de la Escuela Naval y estremecer de emoción y patriotismo a los jóvenes Cadetes, casi niños, cuya vida habían entregado a la Nación desde el momento de ingresar a ese plantel. Los Jefes y Oficiales de la Escuela Naval también respetaron la autoridad del Comodoro Azueta, y de la misma manera se unieron a la arenga de defensa del puerto veracruzano. Aquella mañana gris del 21 de abril de 1914, el Comodoro Manuel Azueta Perillos salió de casa, como todas las mañanas, para incorporarse a sus oficinas navales, cuando se dio cuenta que las tropas norteamericanas al mando del Almirante Frank Friday Fletcher se encontraban hollando suelo patrio. Nunca se imaginó que lo que había vislumbrado días antes se habría de hacer realidad. De hecho, mucho antes del desembarco de las tropas norteamericanas en Veracruz, el Comodoro Azueta percibió la presencia de los buques norteamericanos fondeando en aguas mexicanas, cosa que oportunamente informó a la Superioridad. Sin embargo, lejos de ser escuchado, fue reprendido porque, según el Alto Mando, existían oficinas encargadas para ese tipo de vigilancia. Ante la presencia de las fuerzas constitucionalistas en Tampico, se le despojó del mando de la flotilla que comandaba, constituida por la corbeta Zaragoza y los cañoneros Morelos, Bravo y Veracruz.
|
|
Ese día 21 de abril, sin mando alguno, bien pudo regresar a casa para reunirse con los suyos y juntos, a buen resguardo, esperar el desarrollo de los acontecimientos en la seguridad de su hogar, pero en vez de eso, atendiendo a su ética militar y gran patriotismo, tomó la determinación de hacerse presente en el escenario de guerra. El Comodoro Azueta no se dejó llevar por otros pensamientos que no fueran los de prepararse para presentar combate, y más aún, tratándose de su Patria, de su pueblo y del crisol donde se forjaban los Oficiales de la Marina de Guerra Nacional: Su querida Escuela Naval.
ASUMIÓ LA DEFENSA DEL PUERTO DE VERACRUZ Presuroso, se dirigió a la Comandancia Militar, no encontrando al Comandante, el General de Brigada, Gustavo A. Maass, ni hubo quién supiera darle informes de su paradero. Al no encontrarlo y, siendo un militar de carrera con amplia preparación y experiencia, comprendió que a pesar de ya no tener mando, siendo Comodoro y no estando presente ninguna otra autoridad militar, se convertía en el militar de mayor jerarquía y antigüedad en la plaza. No pensó en la seguridad de su hogar, ni en la de su abnegada esposa que momentos antes dejara. Simplemente acudió a cumplir con su deber, con el sagrado deber que el servicio de las armas exige: sin dudas, miramientos o distingos a quienes prestamos el servicio de las armas. Trató de hablar con el Cónsul de Estados Unidos en el puerto de Veracruz, William Canada, intentando evitar el desembarco norteamericano, pero todo fue inútil. Entonces, agilizó sus pasos y se encaminó a la Escuela Naval. ¿Qué pensamientos habrían cruzado por su mente en esos momentos difíciles? ¿Sopesó el riesgo, la desventaja ante tal imponente agresor? ¿Lo dominó el coraje, el pundonor, el sentimiento de amargura de saber una vez más que su Patria era mancillada? No podemos saber con exactitud qué pasaba por la mente del Comodoro Azueta, pero si podemos afirmar, conociendo sus virtudes, que él arengaría a su personal para presentar la defensa con los escasos medios disponibles y al costo que fuera. |
|
INYECTÓ EL SENTIMIENTO PATRIO Ya en el interior de la Escuela Naval, arengó por igual a los Jefes, Oficiales, Cadetes, Marinería y Servidumbre del plantel. Al grito de ¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México!, que fue contestado uno a uno con un entusiasmado ¡Viva! por parte de los Cadetes, quienes inyectados de sentimiento patrio se aprestaron a las armas. Azueta culminó su arenga con la frase: ¡A las armas muchachos, la patria está en peligro!
Acto seguido, el Comodoro se apresuró a organizar la defensa, asignó y conformó los puestos de combate, que fueron ocupados de inmediato por esos Cadetes, casi niños. Sorprendido vio cómo caía con el cráneo destrozado al más joven de ellos: Virgilio Uribe, a quien en su gravedad sostuvo entre sus brazos, participando así del bautizo de sangre de aquel 21 de abril. Continuó, en desigual combate, el ataque del invasor sobre los defensores; intercambian el fuego de la fusilería contra la artillería naval. ¡Qué valor! ¡Qué bravura! ¡Qué entrega de todos los defensores! ¿En qué habrán pensado los jóvenes Cadetes? ¿En la madre, el padre, los hermanos, la novia, los amigos, en la inmensa responsabilidad que el destino y el deber les exigía? Tal vez por sus mentes pasaba la angustia de no saber qué estaba sucediendo más allá de la Escuela Naval, tal vez se preguntaban si sobrevivirían al ataque del enemigo. ¿En qué condiciones? ¿Ilesos, heridos, lisiados de por vida? ¿Caerían prisioneros? Desagraciadamente nunca podremos saber lo que pasó por sus mentes en esos momentos tan aciagos. Cualquiera que haya sido su pensamiento, hacemos eterno reconocimiento a su entrega, ya que ninguno se opuso a que la Escuela Naval fuera defendida, ninguno abandonó su puesto de combate, no hubo murmuraciones, lloriqueos, debilidades ni tibiezas. Bautizados con el fuego artillero y de fusilería, aquellos jóvenes imberbes se convirtieron en hombres, y más que en eso, en héroes, porque para serlo no es necesario morir, lo que es indispensable es tener valor y ellos demostraron tener el suficiente. ¿De qué madera, de qué temple, de qué voluntad y coraje estaba dotado el Comodoro Azueta?, quien logró con su esfuerzo y el de las escasas tropas del Ejército, de los presos y voluntarios, la increíble defensa de nuestros palacios, de la población, de la ciudad, del puerto de Veracruz y en fin, de la Patria misma. Impetuoso, aguerrido, osado y atrevido el Teniente de Artillería José Azueta Abad, hijo del Comodoro, cayó a escasos metros de su Alma mater, la que estaba siendo defendida por su padre. Sintió Manuel Azueta un terrible dolor que desagarraba sus entrañas, sintió el dolor de las heridas de su hijo, supo de la gravedad de las mismas, se dolió hasta lo más profundo y tal vez pensó en lo que sufrirían su esposa y familiares al saber la desgracia del joven Teniente. El Comodoro controló y venció sus sentimientos, y estoico, continuó supervisando y arengando de un puesto a otro a los heroicos defensores. Supo que su hijo era trasladado gravemente herido por tres impactos de bala y, aunque le dolía, no se inmutó. Conocía perfectamente lo que eran los disparos de artillería pesada que los acorazados y la artillería de campaña terrestre lanzaban sobre la escuela. Estaba conciente de que con esta fuerza tarde o temprano el edificio caería demolido, que las tropas del invasor era superiores en número y terminarían por acribillarlos. Sin embargo, persistió en la defensa de la Patria, por el amor a ésta que desde niño le inculcaron sus padres, sus maestros civiles, militares y navales. Por su Patria, por sus instituciones, por su pueblo, por las fuerzas navales que comandaba Todo bullía en su cerebro, es difícil conocer qué le ocurría en esos momentos de gravedad, de responsabilidad, de deber, de angustia y de dolor. No pensó en aprovecharse de la situación y pasar por héroe ante la defensa organizada, tal vez pensó en las posibles consecuencias por haber asumido el mando de la Escuela Naval. Justificando el hecho, adoptó quizá la misma postura que Vicente Guerrero casi cien años antes con su, ya famosa frase: ¡La Patria es primero! Esta es la valía de un marino que jamás dudó en cumplir con su deber, que nunca fue reconocido por los gobiernos triunfantes de la revolución, pero que hoy la historia le otorga justo lugar al reconocer sus acciones en la defensa de la soberanía nacional, además del reconocimiento de una vida que debe ser ejemplo para todos los mexicanos. |