Al iniciar el siglo XIX, después de trescientos años en los que el coloniaje español creó en América una sociedad altamente jerarquizada, regulada por la religión católica y subyugada por una administración centralizadora, se observó la inestabilidad del Imperio español por una serie de factores que le hicieron tambalear hasta caer[1] , ante los embates de Francia e Inglaterra que se erigieron como potencias hegemónicas. Los problemas enfrentados por España en Europa, aunados a las condiciones de desigualdad y maltrato, provocaron el levantamiento de los habitantes de sus colonias en América influenciados por las corrientes ideológicas de la Ilustración y el Liberalismo[2] de los siglos XVIII y XIX, que derivaron en su independencia con respecto a la metrópoli.
La élite intelectual novohispana tenía acceso a la información proveniente del extranjero referente a las luchas emancipadoras, lo que influyó en su mentalidad gestando en ella un pensamiento liberal que agudizó la, ya de por sí, difícil situación de España ante el avance cada vez mayor de las fuerzas francesas al mando de Napoleón Bonaparte. La invasión napoleónica en España provocó un malestar generalizado en contra de Carlos IV -a la sazón rey de España- lo que fue aprovechado por Fernando VII, hijo del monarca español, para iniciar un movimiento con el que obligaría a su padre a abdicar a su favor. Ante la presión de los seguidores del príncipe, Carlos IV abdicó a favor de su hijo el 19 de marzo de 1808, acción de la que se arrepintió al poco tiempo y que inició la disputa por el poder entre el padre y el hijo, quienes solicitaron a Napoleón el reconocimiento del monarca legítimo.
Ante este escenario, Napoleón dejó ver sus verdaderas intensiones: ocupar y apoderarse de España. Para ello, convenció a Carlos IV y a Fernando VII para trasladarse a la ciudad fronteriza de Bayona. Estando allá, obligó al príncipe a abdicar a favor de su padre y éste a su vez fue obligado a entregar la corona a Bonaparte. Para el 10 de junio de 1808, José Bonaparte -hermano de Napoleón, era nombrado rey de España.
Algunos vieron con buenos ojos al nuevo monarca, otros lo rechazaron por completo. La invasión napoleónica fue el detonante para la movilización en la Nueva España, que a pesar de la enorme crisis se había mantenido fiel a la Corona. En julio de 1808 llegaron las noticias a la colonia americana, lo que hizo evidente la debilidad del Imperio español. Ante el vacío de poder, surgió la pregunta ¿en quién debía recaer el mismo? En la Nueva España surgieron dos posturas: La mayoría de los españoles concentrados en la Real Audiencia[3] no deseaban que se llevara a cabo ninguna acción inmediata, o bien, que no se reconociera alguna autoridad dentro de la Nueva España hasta esperar que el monarca español ocupara de nuevo el trono.[4] Por otro lado, los criollos agrupados en el Ayuntamiento de la Ciudad de México[5] pedían alguna forma de autonomía ya que percibían la posibilidad de aprovechar esta coyuntura y lograr reformas políticas.[6] Al principio los novohispanos no buscaban romper con la Corona española, sólo pretendían tener una mayor participación en la administración colonial, tan es así que inicialmente se mantuvieron leales a la metrópoli.[7]
El virrey José de Iturrigaray situado en medio de las dos posiciones, trató de mantener una actitud de conciliación con tal de no perder su puesto y, junto con él, la enorme fortuna que había venido acumulando. Sin embargo, sin proponérselo se vio envuelto en estos acontecimientos hasta el grado de resultar fuertemente afectado.[8] Influido por los autonomistas, Iturrigaray accedió a las proposiciones de este grupo en el sentido de que fueran unas juntas locales, encabezadas por él mismo, las que ejercieran el gobierno en tanto que Fernando VII ocupaba de nuevo el trono español.
Por supuesto que esto no fue aceptado por los peninsulares quienes consideraron estas pretensiones como un claro peligro que llevaría a la Nueva España a obtener su autonomía con respecto a la Corona. Esto causó la aprehensión no sólo del virrey, sino también de su familia y de los representantes del Ayuntamiento de la Ciudad de México. José de Iturrigaray fue sucedido por Pedro Garibay quien estuvo en el poder por poco tiempo, pues pronto fue relevado en el cargo por el Arzobispo Francisco Javier Lizana y Beaumont.
Este acto mostró claramente la postura radical de los miembros de la Real Audiencia, ya que mientras los criollos habían intentado alcanzar la autonomía por la vía legal, fueron los peninsulares los que se impusieron por la vía de la violencia.[9] Lejos de servir como escarmiento para futuros levantamientos, lo que se provocó fue la aversión generalizada de los partidarios de la autonomía, quienes comenzaron a congregarse a través de las llamadas tertulias literarias, reuniones en las que se platicaban los problemas por los que atravesaba España, la situación de la Nueva España y la necesidad de un cambio en sentido político y administrativo.
El arzobispo-virrey descubrió la primera conspiración en Valladolid –hoy Morelia- en 1809. Se trataba de un movimiento llevado a cabo por el Teniente de la Infantería Real José Mariano Michelena y el Capitán de Milicia Provincial José María Obeso, y secundada por varios oficiales criollos y por miembros de los niveles más bajos del clero. A pesar de haber sido disuelta esta confabulación, logró hallar seguidores en importantes ciudades como Guanajuato, Querétaro, San Miguel el Grande y Guadalajara.[10] Como se puede observar, es en el Bajío en donde se gestó el movimiento que derivó en la obtención de la Independencia de México.
Las ideas autonomistas ya se habían esparcido por varias ciudades. En un intento de reordenar la situación en la Nueva España, el Virrey Lizana fue removido de su cargo y su lugar fue ocupado por Francisco Javier Venegas, un Teniente General llegado de España el 15 de agosto de 1810. Apenas un mes había pasado, cuando Venegas se enfrentó al estallido del movimiento insurgente.[11] Ignacio José Allende, un oficial criollo de San Miguel el Grande que había participado con Michelena y Obeso, se encargó de trasladar la conspiración a Querétaro. Ahí, se reunían en la casa del Corregidor de la ciudad don Miguel Domínguez y de su esposa doña Josefa Ortiz, Juan Aldama, Mariano Abasolo, el mismo Allende y el párroco del pueblo de Dolores –Guanajuato-: Miguel Hidalgo y Costilla, cura al que le habían llegado las ideas ilustradas de Europa, lo que le permitió convertir a su parroquia en un centro cultural en donde se podían discutir asuntos de índole económico o social.[12]
Miguel Hidalgo y Costilla En estas reuniones se había acordado iniciar el movimiento en el último mes del año para aprovechar la celebración de San Juan de los Lagos, a cuya feria asistía una cantidad importante de gente. Los planes tuvieron que adelantarse ya que la conspiración fue descubierta y los corregidores apresados. Doña Josefa se las ingenió para hacer llegar a Hidalgo las noticias de lo que había ocurrido. El emisario fue Aldama, quien se dirigió al pueblo de Dolores en donde se encontraba el cura acompañado de Allende.
Aldama llegó en la madrugada del 16 de septiembre de 1810, de inmediato puso al tanto a Hidalgo de la situación, misma que fue analizada por los tres insurgentes. Los acontecimientos sucedidos sólo mostraban el camino del levantamiento armado:
El 16 de septiembre cayó en domingo, día de mercado en el que mucha gente se congregaba en el pueblo desde muy temprano. Luego de hacer sonar las campanas de la iglesia para reunir a la multitud, Hidalgo instó a los presentes a la rebelión, suceso que ha pasado a ser conocido en la historia de México como el Grito de Dolores. [13]
Así fue como dio comienzo al movimiento armado que inicialmente sólo pedía autonomía con respecto a las medidas impuestas por la administración virreinal y manifestaba el rechazo a la usurpación francesa en el trono español, respetando y defendiendo siempre el lugar que le correspondía al monarca Fernando VII, convirtiéndose en la “primera gran revolución popular de la América hispana”.[14]
[1] Estos factores fueron la Guerra de Sucesión Española (1701-1714), el Despotismo Ilustrado, las Reformas Borbónicas, fricciones entre españoles y criollos en América, la Independencia de las Trece Colonias, la Revolución Francesa, el bloqueo naval conocido como Sistema Continental y la invasión napoleónica en 1808. [2] La Ilustración fue un movimiento intelectual que tiene su auge en Francia durante la segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII (Siglo de las Luces), tiene como premisa principal el uso de la razón y la explicación racional con el llamado método científico, se opone al poder de la Iglesia y de los monarcas absolutistas. El Liberalismo fue una doctrina fundad bajo los principios de la igualdad, en materia jurídica; de libre cambio, en materia económica; y de libertad individual, en materia política. [3] Entre los que destacan Gabriel Yermo, Ciriaco González Carvajal y el inquisidor Bernardo de Prado. [4] Luis Villoro, “La Revolución de Independencia”, en Historia General de México, México, Colegio de México, versión 2000, 1103 p. p. 499. [5] Los miembros más representativos del Ayuntamiento de la Ciudad de México eran Francisco Primo de Verdad y Ramos, Francisco Azcárate, el Marqués de Uluapa, Jacobo de Villaurrutía entre otros. [6] Luis Villoro, op. cit., p. 499. [7] Jaime E. Rodríguez O. y Colin M. MacLachlan, op. cit., p. 294. [8] Timothy E. Anna, La caída del gobierno español en la ciudad de México, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, 257 p. p. 59. [9] Josefina Zoraida Vázquez, Romana Falcón y Lorenzo Meyer, Historia de México, México, Santillana, 2000, 285 p. p. 61. [10] Jaime E. Rodríguez O. y Colin M. MacLachlan, op. cit., p. 308. [11] Josefina Zoraida Vázquez, Romana Falcón y Lorenzo Meyer, op. cit. p. 65. [12] Jaime E. Rodríguez O. y Colin M. MacLachlan, op. cit., p. 312. [13] Ídem, p. 314. [14] Luis Villoro, op. cit., p. 504.
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