José María Morelos y Pavón |
Guadalupe Victoria |
Vicente Guerrero |
A la muerte de Hidalgo, el cura José María Morelos y Pavón se erigió como el caudillo insurgente que inició la segunda etapa del movimiento de Independencia, conocida como la organización. Cuando el cura de Dolores inició el movimiento armado en 1810, Morelos se presentó ante él para prestar sus servicios como sacerdote, pero en lugar de ello fue comisionado por Hidalgo para llevar a cabo la lucha por el sur de la Nueva España. Pronto pudo controlar una vasta región del centro-sur del actual territorio de México, logrando reunir un ejército eficaz y organizado, aunque poco numeroso. Además, el párroco de Curécuaro era un hombre muy hábil para pactar alianzas[1] y a su alrededor reunió a comandantes tan diestros como Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, los hermanos Galeana, Mariano Matamoros y la familia Bravo. En esta etapa de organización ya se habla de luchar por la independencia y no sólo de autonomía, tan es así que al llevarse a cabo el Congreso de Chilpancingo se declaró oficialmente la Independencia de México el 6 de noviembre de 1813.
Así como para los insurgentes de la etapa de iniciación de la Independencia de México fue de suma importancia controlar los puertos de la Nueva España, para Morelos resultaba primordial apoderarse de uno de los apostaderos principales del Pacífico: Acapulco. Este puerto significaba la comunicación directa entre las Filipinas y la ciudad de México. A él llegaba anualmente el Galeón de Manila, embarcaciones que traían del Oriente una variedad riquísima de productos que se comerciaban al por mayor en América y Europa. Desde 1811 Morelos había intentado sin éxito tomar el puerto de Acapulco que, por falta de un ejército numeroso y la escasez de artillería, le fue imposible hacerlo, estableciendo en cambio un asedio prolongado. Esto hizo que las autoridades españolas tomaran las precauciones necesarias para no perder esta plaza. El virrey Francisco Javier Venegas, asesorado por el Capitán de Navío Pedro Sáenz de la Guardia, opinó que:
…en las circunstancias de estar amenazado de insurgentes el mencionado puerto de Acapulco, es necesario procurar defenderlo a toda costa con los 300 hombres que guarnecen la fortaleza de San Diego, y las tripulaciones de los bergantines Activo y San Carlos, y parte de la de los buques mercantes que existan en aquel surgidero, pero con la precaución de colocar en paraje seguro dichos mercantes con la mitad de sus tripulaciones, para en el caso de que una fuerza irresistible acometa a dicho fuerte, se asegure la retirada de nuestra gente en los mencionados buques, después de recoger si fuere posible toda la artillería, municiones y pertrechos de guerra, y de no poder efectuar esta recolección, inutilizarlos para que no pueda aprovecharlos el enemigo,… [2]
Fuerte de San Diego
Morelos sabía perfectamente sobre las ventajas estratégicas, geográficas y económicas que podían obtener controlando el puerto de Acapulco. Julián de Ávila, encabezando a un grupo de insurgentes y con instrucciones del párroco insurgente, en la madrugada del 4 de enero de 1811 llegó cautelosamente a Tres Palos, sorprendiendo a las fuerzas realistas que ahí se encontraban. En este improvisado asalto, el Capitán realista Mariano Tabares tomó la decisión de pasarse a las fuerzas de Morelos, informándole de la condición en la que se encontraba el Fuerte de San Diego. Con estos informes Morelos creyó que era tiempo de atacar el fuerte, efectuando dicha acción la madrugada del 8 de febrero. Desafortunadamente su ejército era mucho menor, inexperto y poco equipado a comparación del realista, lo que se hizo evidente cuando fueron recibidos por las descargas de la artillería del castillo, que provocó que la gente huyera en desbandada.
Este fue un fuerte golpe para que Morelos comprendiera que la toma de Acapulco llevaría más tiempo por requerir una mayor preparación de la gente y la reunión de pertrechos suficientes. Decidió situar la artillería en el cerro de La Iguana y desde ahí continuar el fuego hacia el castillo que se extendió por varios días. De esta manera las fuerzas realistas en Acapulco comenzaron a ser sitiadas y, durante el resto de 1811 y 1812 el puerto permaneció bajo la vigilancia de los insurgentes.
Simultáneamente a este asedio, Morelos también sitió fuertemente Cuautla –Morelos-, por ello las autoridades virreinales dirigieron sus esfuerzos a la resistencia en esta población, lo que les impidió mandar tropas para auxiliar al puerto asediado. Sólo existían 5 barcos en el puerto: el San Fernando, dos balandras y dos goletas que habían llegado al para entregar víveres. Además los hombres para la defensa eran pocos, por lo que las autoridades habían mandado a pedir auxilios en Sudamérica, sobre todo porque el 25 de noviembre el llamado Siervo de la Nación logró tomar Oaxaca y se temía que las fuerzas insurgentes pudieran apoderarse de toda la costa hasta Chiapas.
La Isla de la Roqueta
La orden que Morelos recibiera del cura Hidalgo de apoderarse del sur para fortalecer y lograr el movimiento independentista, la cristalizó en la tenacidad con que mantuvo el asedio de Acapulco, el que se prolongó por poco más de dos años por la fuerte resistencia de la población del lugar. Acapulco resultaba de mucha importancia para Morelos quien “obsesionado casi, lo había convertido en el objeto de sus iras; había prometido conquistarlo a sangre y fuego si era necesario y después arrasarlo y pasar arados sobre las ruinas de la terca población”.[3]
Después de dos años, los insurgentes se decidieron a actuar en la primavera de 1813. Pedro Antonio Vélez comandaba la plaza de Acapulco y por lo tanto era el responsable de la defensa del Fuerte de San Diego. El 6 de abril Morelos envió a Vélez la petición de entrega del puerto, intimación que por supuesto rechazó al considerarla cobarde y fuera de lugar. Las fuerzas de ambos grupos era por demás desigual: Morelos emprendió la campaña hacia Acapulco con una fuerza de 1500 hombres, y en su avance se le unieron las divisiones comandadas por Mariano Matamoros y Hermegildo Galeana, hasta llegar a cerca de 3000, contaba con poca artillería y ninguna pieza de sitio; mientras que para la defensa de Acapulco se contaba con 334 hombres en los que se incluían 59 artilleros, 90 cañones, la artillería del Fuerte de San Diego, además del auxilio de algunos buques. La Isla de la Roqueta disponía en ese momento de 51 hombres que conformaban una pequeña compañía de Infantería, 3 cañones de pequeño calibre, 2 botes de vela, 14 canoas y la Guadalupe, que era una goleta armada. El comandante de la isla era el Teniente de Milicias José Miguel de Nava, quien el 7 de junio de 1813, ante el peligro de una invasión insurgente, fue sustituido por el Teniente Pablo Francisco Rubido, apoyado para la defensa por José Bobadilla y José María Vergara:
…con motivo de los últimos acontecimientos de esa isla y del grande interés que resulta a esta afligida plaza, en su conservación, he dispuesto fortificarla y ponerla en otro estado de defensa del que ha estado hasta aquí; por tanto pasa a encargarse de ella el teniente don Pablo Francisco Rubido, con otros dos oficiales a quien no tendrá usted embarazo de ponerlo en posesión de su mando, instruyéndolo en todo lo conducente a los fines de su comisión, que verificado podrá usted retirarse a esta fortaleza...[4]
El apostadero, aunque sitiado por los rebeldes, tuvo la ventaja de recibir apoyo por mar proveniente de la isla de La Roqueta -ubicada a dos leguas de distancia del puerto- a la que llegaban los buques y las canoas con víveres y aprovisionamientos. Los insurgentes no contaban con los medios para atacar por mar, pero al conocer la importancia de la isla consideraron necesario tomarla para así lograr la rendición del fuerte. Por ello se dieron a tarea de construir algunas canoas, a las que incluso artillaron con pequeños cañones.
Coronel Pablo Galeana Se formó un grupo de asalto anfibio compuesto por 80 hombres provenientes del Regimiento de Guadalupe. Al mando iba el Coronel Pablo Galeana -sobrino de Hermenegildo quien se situó a dos cañones de la Caleta para proteger al contingente de los posibles ataques realistas-, acompañado por el Teniente Coronel Isidoro Montes de Oca y el Capitán Juan Montoro. En la noche del 8 de junio de 1813 se ejecutó el ataque. En cuatro viajes Galeana envió en canoa a sus hombres de manera muy silenciosa, quienes rodearon La Roqueta. En la isla no había vigilancia, pese a que desde su llegada Rubido concluyó que la isla se encontraba en una situación muy vulnerable y que podía ser tomada por todas partes. Aún así no hizo nada por establecer una buena protección y en el momento en que llega Galeana el destacamento descansaba despreocupadamente. Aprovechándose de esto, Galeana dividió el grupo en dos partes: la primera, comandada por él mismo, subió por el lado del mar y la otra, al frente de Montes de Oca, subió a la isla por el lado de la playa.
Al llegar abrieron fuego sobre la guarnición desprevenida que no se explicaba qué era lo que estaba sucediendo. Como pudieron, los defensores de la isla salieron huyendo hacia las embarcaciones para refugiarse en el Fuerte de San Diego, aunque muchos fueron atrapados. El botín de este triunfo fueron 3 cañones, armamento, parque, 11 canoas y la Guadalupe. El combate a la isla de La Roqueta fue el primero de carácter anfibio, en el que los insurgentes conjugaron un ataque por tierra y mar.
El fuerte de San Diego
La captura de la isla de La Roqueta fue el acontecimiento clave que logró la rendición del fuerte de San Diego. Ya se ha mencionado que la isla proveía al fuerte de todo lo necesario para su subsistencia, y una vez ocupada por los insurgentes, se bloqueó todo envío hacia el castillo. José de la Cruz -comisionado para dirigir el ataque a los insurgentes en la región de Nueva Galicia-, pidió al recién nombrado Virrey de la Nueva España Félix María Calleja, que dirigiera los mayores apoyos para los sitiados en la fortificación. De San Blas salieron cargados con víveres y pertrechos de guerra los bergantines Alcázar y San Carlos junto con la fragata Princesa, quienes al llegar a la isla también fueron atacados por los insurgentes.
El sitio del fuerte fue muy prolongado y pronto tanto sitiados como sitiadores empezaron a sufrir las consecuencias del mismo. Los primeros entraron en crisis por la escasez de alimentos, agua, leña, además de que las enfermedades comenzaron a esparcirse provocando muerte y deserción; mientras que los insurgentes no contaban con artillería de grueso calibre y alcance suficiente para el bombardeo de la fortaleza. En repetidas ocasiones Morelos envió al Comandante de la plaza de Acapulco las condiciones de la capitulación sin obtener respuesta a estas comunicaciones. Vélez por su parte enviaba a sus lugartenientes y subalternos a negociar con los rebeldes. Hermenegildo Galeana fue el encargado de negociar con el comandante realista. Fue a él a quien Vélez le manifestó que buscaba conseguir una capitulación honrosa.
Los insurgentes se habían estado fortaleciendo gracias al apoyo que recibían de Norteamérica, ejemplo de ello fueron los seis barcos americanos cargados de armas que fondeaban en aguas de Zihuatanejo.[5] Morelos ordenó que se juntara todo el dinero que fuera posible para el pago de dicha carga, para así no adquirir deudas innecesarias. También procuró que todos los barcos que llegaran a Acapulco procedentes de San Blas fueran hechos presa para aumentar la marina insurgente.
Aunque en la mente de los ocupantes del castillo ya se contemplaba la idea de rendición, mantuvieron siempre una postura de defensa hasta el final. Morelos estrechó mucho más el cerco y redujo al castillo a una situación casi insostenible:
…el 17 de agosto en la noche determiné que el Sr. mariscal d. Hermenegildo Galeana con una corta división ciñera el sitio hasta el foso por el lado de los Hornos, a la derecha del castillo, y el siempre valeroso teniente coronel d. Felipe González por la izquierda, venciendo éste los grandísimos obstáculos de profundos voladeros que caen al mar, rezando el pie de la muralla, y dominado del fusil y la granada, que le disparaban en algún número, no obstante la obscuridad de la noche, y el Sr. mariscal la de pasar por los Hornos, dominado del cañón y de todos los fuegos, sin más muralla que su cuerpo, hasta encontrarse el uno con el otro, y sin más novedad que un capitán y un soldado herido de bala de fusil: el enemigo sacó algunos heridos.[6]
Al no encontrar salida, el 20 de agosto de 1813 el Comandante Vélez entregó a los insurgentes el Fuerte de San Diego. Para el 25 de agosto Morelos informaba de la captura del castillo, del que se obtuvo un botín de 407 fusiles, 50 sables, 35 machetes, 146 lanzas, 50 cajones de pólvora labrada y a granel, 3 halcones surtidos, 80 piezas de artillería calibre de a 4 hasta 36, 2 morteros de 12 pulgadas, banderas, 20,000 balas de cañón y abundantes abarrotes y lencería.[7]
Entre la guarnición que se encontraba en el Fuerte de San Diego se hallaban José Reyes, Marcos Tabares, Antonio Liquidano, Pedro Manso, José Teodisio, Santiago Liquidano y Dionisio Lemos, todos ellos marineros de la falúa del Rey.[8] El 21 de agosto de 1813 se firmó la capitulación y se recibió el castillo. Hay una ignorancia total por parte de las autoridades virreinales sobre la situación del puerto. No estaban enterados de lo sucedido, a tal grado que muy tarde tomaron cartas en el asunto: Diez días después de la capitulación se nombró a Jacobo Murphy como nuevo comandante de la plaza acapulqueña.[9] Por otro lado, José de la Cruz ni enterado estaba de la caída del Fuerte de San Diego, en las comunicaciones que enviaba a la fortaleza continuaba ofreciendo su apoyo.[10]
Agustín de Iturbide
Aunque el grupo insurgente había triunfado en la toma de Acapulco, el desgaste que el prolongado asedio les provocó fue notorio. Llegado el año de 1814, los insurgentes al mando de Morelos, los insurgentes se dieron cuenta que resultaba muy costoso mantener en pie la Fortaleza de San Diego, por lo que decidieron abandonarla, no sin antes destruir todo lo0 que pudiese ser de utilidad para los realistas. Este largo tiempo en el que Morelos guió sus fuerzas para conseguir la plaza, facilitó que los realistas se reorganizaran para dar fin al movimiento libertario. En febrero de 1814 el cura Mariano Matamoros, Teniente General del ejército de Morelos fue fusilado por las fuerzas de Agustín de Iturbide en Valladolid. Este fue un duro golpe para la causa independentista, que hizo que el Siervo de la Nación tomará una de las decisiones más violentas de toda su campaña: giró instrucciones al Coronel Isidoro Montes de Oca para que fusilara a los prisioneros que se encontraban en el Fuerte de San Diego e incendiara el lugar. En medio de la desesperación algunos prisioneros se fugaron apoderándose de la Guadalupe, goleta hecha presa por Morelos en el asalto de La Roqueta. Vicente Ortigosa, dueño de esta embarcación, junto con los frailes Josef Colín, Manuel Fuentes y el Contramaestre Tomás de los Santos la tomaron y zarparon rumbo a San Blas en una travesía que les llevó cerca de tres meses por el mal tiempo, llegando a su destino en muy malas condiciones por la falta de agua y víveres.
Una vez que los insurgentes inutilizaron todo lo que podía ser de provecho para los realistas, abandonaron la fortaleza porque además resultaba muy costoso mantenerla en pie. Los destrozos fueron cuantiosos. Fue de suma importancia pedir auxilios a San Blas para reconstruir la fortaleza y recibir víveres para la población acapulqueña. Aunque de esta forma, los realistas lograron hacerse de Acapulco, que va a permanecer bajo su dominio durante el resto del movimiento independentista. El control de la zona del Pacífico resultaba vital para ambos grupos porque por ahí los insurgentes estaban por recibir apoyo proveniente de Sudamérica, específicamente de Chile.
[1] Alicia Hernández Chávez, op. cit., p. 168.
[2] Pedro Saenz de la Guardia al Virrey Francisco Javier Venegas, Veracruz, 22 de febrero de 1811, Marina 262, fs. 112-114. Archivo General de la Nación. [3] Ubaldo Vargas Martínez, Morelos, Siervo de la Nación, México, Editorial Porrúa, 1963, p. 98. [4] Historia 83, foja 82. Archivo General de la Nación. [5] Historia 83, fs. 6-7. Archivo General de la Nación. [6] Documento núm. 56: Capitulación del castillo de Acapulco, 19 de agosto de 1813, en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., Tomo V, p. 113-114. [7] Ibídem. [8] Historia 83, f. 230. Archivo General de la Nación. [9] Documento núm. 166: Orden del Virrey al comandante de la Nueva Galicia para que D. Jacobo Murphy se haga cargo de la fortaleza de Acapulco, en Juan E. Hernández y Dávalos, op. cit., Tomo VI, p. 137. [10] Enrique Cárdenas de la Peña, Historia Marítima de México. Guerra de Independencia 1810-1821, Vol. 1, p. 126. |